Por puro placer

viernes, 5 de junio de 2009

Santiago


Elige una postal. Como ciudad, Santiago las tiene por montones. Es quizá, su asimetría social expresada en su inclinada geografía, tan representativa de la desigualdades como parte de su historia, su marca más común. Pero eso es simplificarla, bajarle el pelo, denigrarla en una definición cómun. Porque esta ciudad es más que el centro cívico y su arquitectura moderna, los barrios afrancesados, los bungalows de la clase acomodada y la seguridad del condominio. Menos una mole de concreto y cristal en lo que sólo se puede comprar algo o peor, una cordillera gris o el plano de un conjunto habitacional que se repite.

Si eliges esas postales, no dudo en que te pueda parecer nada. Incluso algo olvidable. Otra urbe con metros elevados, edificios y asfalto sobre y bajo tierra. Nadie ha reparado en las personas que hicieron y hacen de voz y alma de Santiago, de quienes la pensaron como su lugar de residencia, la echaron de menos y viajaron para quedarse. Todos somos de otra parte, nuestros padre, abuelos, tíos y primos han llegado por necesidad y claro, la hemos maldecido porque extrañamos la calidez de la cercanía a pie, el silencio bienvenido o el verde sin razón. Lo admito, yo también busco (y necesito) de esos paisajes, pero ésta es mi casa, acá he sido feliz y creo que como nacido por estos lares, la quiero. Y mucho.

Qué postales eligo yo. Creo que mi incorrección de vida, si algo bueno tiene, es que me ha permitido ser insolente con este lugar y a su fuerza, contra lo que se diga, lo he recorrido casi completo. Elijo su vista en altura despejada después de la lluvia, donde puedes ver los caminos de tierra que surcan la precordillera hasta la torre del Templo Votivo en Maipú, más la explanada de Cerrillos como un gran espacio, tanto o más que lo que se aprecia hacia vida hacia el sur de Santiago no importando el clima. Elijo el San Cristóbal, avenida Pedro de Valdivia todo el año y más navidad, la locura de Ahumada desde la Alameda hasta Mapocho, cuando cambia su nombre o el silencio de La Reina un domingo por la mañana. No cambio la vida de villa en La Florida, el Bazar siempre salvador en San Miguel o las canchas en Pudahuel, cerca del aeropuerto. La Plaza Ñuñoa simbólica de tolerancia o la convergencia de su par popular, Plaza Italia, peligrosa para el residente y fascinante para el extranjero. Extrañaría la incomprendida vida de cité en el centro, tan latina y tan cerca, que no somos capaces de acercarnos a verla u olerla porque sólo nos ha parecido extraña y sucia, cuando ¿no lo somos acaso,nosotros?

No es fácil quererla. Lo sé. La imagino como una persona con múltiples personalidades, agobiada de los traumas y cada vez con menos descanso. Creciendo, muriendo y naciendo a cada instante. Confiando y desconfiando, amando y odiando. otra vez ¿No somos nosotros así? ¿Es la ciudad nuestro propio reflejo?

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