Luego de pasar un lago de pequeños techos metálicos en los que la luz estática rebota y se muere en un crisol amarillo oscuro, el tipo que conduce ha puesto música. Emanuel y su coro de "tengo mucho que aprender de ti, amor" sólo eso para que se detenga y me baje. Firmo mi transporte y mochila al hombro cruzo el umbral que antes me recibió con viento y poca luz. Tres pasos y una pareja con uniforme, ella de pelo tomado en un armónico tomate, él, de partidura muy clara en su cabeza engominada, me entregan lo necesario para sentarme y evitar filas. Todo sigue siendo extrañanamente muy rápido y sospechosamente simple, al tiempo que recién, cuando ella deja a su descubierto su reciente maquillaje, mi vista se acomoda a la luminaria del salón con pantallas. Sin música y con la mitad de la comprensión de lo que me han dicho, espero en los asientos metalizados de color marrón con las ganas de la vida por un café. Lejos lo más cuerdo (y cliché) que he pensado.
Vaso en mano, tibio y amargo, recién pienso en llamar a alguien. Es que es tarde, muy tarde. Martes, ayer Lunes y la madrugada se ve en la ventana que hace reflejar la propia silueta media oscura, sentado, bebiendo a lapsos cortos. En eso estoy cuando un grupo de personas corre a un extremo con la vista fija. No me cuesta alcanzarlos y sin terminar lo que bebo, dejo de percibir el sonido de mis zapatillas en las baldosas por la alfombra eterna que hay ahora en el pasillo que tiene fin. Los saludos de rutina y sólo calmo la respiración al levantar la cortina plástica de una de las ventanitas que da hacia la cordillera que no se ve, pero que la sustentan las luces de la ciudad a modo de guía en la noche.
La espera sentado, sin nadie a mi costado, me ha dado el tiempo de llamar. Uno, dos, tres sonidos y nada. Pulgar y uña son mi lápiz en un rápido desliz que resulta el buscar letras en números. Palabras y verbos simples se van cuando todo parece moverse y uno sigue en su sitio. Es ahí cuando por primera vez siento angustia y pena de no saber qué es lo que estoy haciendo solo y en silencio a medida que todo pasa más rápido por la pequeña ventana. Tanto que ni siquiera fui capaz de contestar la llamada que comenzaba a anunciarse antes de que se apague todo junto con las luces en el cielo oscuro de un martes de madrugada camino a lo que parece, es a lo que vine a hacer.
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