Por puro placer

martes, 11 de septiembre de 2007

Un martes Once de Septiembre

once
Pese a que nací diez años después del golpe, pertenezco a una generación sensible con el tema.
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Mientras mi mamá me cambiaba los pañales, mi viejo juntaba agua en botellas al tiempo que distribuía velas por toda la casa y revisaba la linterna metálica que conservaba siempre bajo su lado de la cama. Ya en septiembre de ése año las protestas contra el régimen se hicieron palpables en las calles con cacerolazos y cortes de energía.


La represión era peor.

Por esa época se cometieron los asesinatos más horribles que la historia reciente conozca. Los Degollados a las afueras de Santiago, las redadas en las casas, las torturas en centros clandestinos y las pirras humanas pertenecen a ése tiempo funesto, cuando yo y tú apenas esbozábamos una que otra sílaba entendible.

Pocos se dieron cuenta con lujo de detalles del plebliscito en 1988, pero sí recuerdan la sonrisa y el particular tono al iniciar una frase de Patricio Aylwin al año siguiente, cuando Pinochet vestido de azul elegante dejaba la banda tricolor con el blanco fondo que dan las 19 placas de mármol italiano del salón plenario del congreso que forman el escudo nacional. Potente postal.

Al cumplirse veinte años supe por la televisión de la represión para esa fecha. Carabineros corriendo y gente mojada en medio de una nube de gas traspasaban las pantallas esa violencia de ambos grupos, tal como sucedió el año anterior al conmemorarse 500 años de la llegada de Colón a América.

Nunca fui a una marcha mientras estaba en el colegio, ni siquiera en la Media, cuando la onda lana y el sentido político de izquierda eran principio para mi. Sí discutí cuando Pinochet estaba detenido o en esa campaña del 99 donde salió Lagos (y que yo iba por la Tía Gladys), pero no fui parte de nada grande más que alguna asamblea de estudiantes medios inquietos de términos viejos o un concierto en pro ayuda de la A.F.DD. DD.


Reconozco que la emoción a ratos se lo lleva el otro once, uno paradógicamente "más cercano", con aviones de pasajeros en vez de jets de combate y edificios de comercio por una casa de gobierno. Es más papable, tengo su aroma, su miedo, las fotografías, las frases de mis amigos, de mi familia. Esa cola en el supermercado esperando la llegada de algo que no podías dimensionar y mirando por la ventana preguntando si ése era el fin del que hablaban tanto los libros, las canciones y los poetas. Nada, como siempre.


Ya estaba en la U para los treinta años. Lagos abriendo la puerta de Moradé 80 y la portada del The Clinic de Allende Pop (Allende Superstar). Después supe cómo se gestó ese simbolismo, con detalles tan característicos de la administración de Lagos que dejaban entrever la admiración que el caballero del dedo tenía a Francois Miterrand, quien hizo algo similar en la conmemoración de la liberación francesa del dominio Nazi.

Mañana (u hoy) pasará una mezcla de todo lo anterior, imágenes del golpe, protestas, Pinochet en blanco y negro con esos lentes de malo de comic y muerto en una tumba, Allende, que según yo siempre ha ganado en mi vida, a pesar de que he tratado de zafarme de él, siempre me vence y le termino comprando; Bush y la bandera gringa en la "zero zone", Jara y Springsteen a dúo correspondiente y gente triste en silencio, como es la costumbre en esta fecha.


Escucho: Plegaria a un labrador de Víctor Jara y Quilapayún. Como para empaparse de una historia que sólo puedo imaginar.

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