Closer, la película regalona de las taquillas con olor a café y donnas (en un intento de fusionar lo selecto con lo popular) hacía una entrada potente con una de esas sinopsis que dajan al espectador con "la bala pasada" y que terminan incluso, aguando la película que uno sí pagó por ver. La voz de la mujer que musicaliza la balada mientras muestran las escenas magistralmente editadas es simplemente embriagante. Lo mismo que los diálogos de Natalie Portman y Julia Robert, hasta ese entonces mis fetiches del celuloide.
Julia se ve mal. Muy mal. Rubia y con blusas blancas anchas no mata a nadie, más parece una copia mula de la Srta. Janette en el extinto matinal del 13. Natalie se ve medio rellenita, antipática, sueltecita de nalgas y vieja. A mi parecer, con Closer, se le va toda el aura ganada en años de cine marcados con su exquisito rostro a punto de llorar. En esta pasada ,Portman deja de ser la joven actriz y pasa a ser la mujer del cine. Adiós a todos los viudos de su empática carrera.
Dicen que Closer, la obra, la reventó en su estreno y luego siguió subiendo cuando pasó a ser la niña bonita de Broadway. No por nada se ganó un Tony al año siguiente. Pero con su estreno en cine y a pesar de los que hablan de una buena historia moderna sobre relaciones, deja mucho que desear, ya que su banda sonora, repetida hasta marear en radios como la FMDos, dejó deudas. El racconto, técnica de la que abusa el filme se ve desordenado y termina por desarmar la historia haciéndola a ratos confusa y poco creíble. A mi juicio, Closer, cierra toda discusión de cine con aires de teatro moderno en pantalla.

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