
Me dice que no le prenda la luz y que disfrute de la luna y la luz de Santiago.
Yo le digo que esas cosas ya no me entusiasman y que me alegra que se fije en esos detalles.
Ella, de coqueta, me responde un "obvio" y nos besamos hasta que nos da sueño y me duele la guata de hambre y ella de nervios.
Me gusta el tirante amarillo de sus sostenes sobre su piel morena del sur del mundo.
odia el calor y me cuenta echada sobre mi pecho que se ha caído dos veces hoy y está segura que le vieron los calzones.
Llevamos dos días compartiendo la misma almohada y por las mañana el calor nos derrite el sueño.
A ella, de nada le sirve amanecer desnuda.
A mí, menos.
La Cote no entiende que llegue de trabajar y que me siente a escribir antes de acostarme. Menos que no hable mucho con mis papás viajantes y que me carga que ellos le digan a todos que firmé una nota. Ella ironiza con situaciones que se resuleven con cosquillas y un largo abrazo.
Yo, disfruto de sus análisis sobre contingencia y de su, a veces, frágil cuerpo.
Nos conocimos en medio del caos. Un día le dio ataque de risa el helado en mi nariz y desde ese momento que corrige esa marca tan mía.
Me está copiando los términos y yo, sus modismos.
seguro que hoy, tampoco terminamos de contarnos el día
porque ella, descansa en ese rincón tan deseado de su alma astuta, delgada y morena.
1 comentario:
Si escribo acá y no a tu mail debe ser porque extraño que alguien lea lo que escribo. Hace mucho que eso no lo hace alguien más que mi editora. Tu llamada del otro día fue salvadora, necesaria y oportuna. Te extrañaba, pero quería probar cuánto podías estar tu sin hablar conmigo. Igual hablamos pero no dijimos nada o dijimos todo pero sin entender nada. Por ahora sólo puedo decir que queda poco para volver a tomar café.
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